Historia
Experimentum crucis: médicos santos y beatos en las grandes guerras del Siglo XX
Pablo Young, MarÃÂa Agustina Martini
Revista Fronteras en Medicina 2015;(04): 0163-0173 | DOI: 10.31954/RFEM/201504/0163-0173
En un contexto político y social de período de guerras mundiales y de avances tecnológicos imparables, los profesionales de la salud en los comienzos del Siglo XX buscan orientar la medicina a una concepción antropológica moderna cercana a la perspectiva biomédica defensora de la dignidad de la persona. Amenazados ante el riesgo representado por el colectivismo y la mezquindad represora de los gobiernos imperantes, surge la lucha personal por la defensa de la vida, que se expresa a nivel social con el advenimiento de la bioética, las teorías psicoanalíticas de la búsqueda del sentido, el condicionamiento del ambiente a la salud de las personas y el asistencialismo. Y por sobre todo, la paradójica reivindicación de los ideales religiosos como sostén de la ciencia en tiempos de crisis integral.
Palabras clave: Siglo XX, Guerra Mundial, médicos santos, historia de la medicina.
In a political and social context of World War’s period and unstoppable technological advances, health professionals in the early twentieth century try to orientate the practice of medicine to a modern anthropological concept close to the biomedical perspective, which defends the dignity of a person. Threatened by the risk represented by collectivism and the meanness of the prevailing repressive governments, arises a personal struggle for the defense of life, which is expressed socially by the advent of bioethics, psychoanalytic theories that search for meaning and the environment as a conditional of people’s health and welfare. And above all, the paradoxical claim of religious ideals as a support of science in times of overall crisis.
Keywords: XX Century, World Wars, saint doctors, history of medicine.
Los autores declaran no poseer conflictos de intereses.
Fuente de información Hospital Británico de Buenos Aires. Para solicitudes de reimpresión a Revista Fronteras en Medicina hacer click aquÃ.
Recibido 2015-10-21 | Aceptado 2015-11-23 | Publicado 2015-12-01
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Introducción
Condicionados por la temática de la persecución y la fuga, en uno de sus escritos la poetisa judía y Premio Nobel de literatura en 1966, Nelly Sachs, describe: “Todo comienza con el anhelo”1. Esta frase se convierte en la palabra clave para explicar el motor común de los grandes personajes santos del período de guerras mundiales en el Siglo XX. En la insurrección de la naturaleza oprimida contra el dominio directamente al servicio de sí mismo, se revela el propio camino existencial como una búsqueda de anhelo. La fidelidad a la propia situación de la conciencia y la experiencia del padecimiento en tiempos de conflicto disonante, desata el impulso heroico de renunciar a su propia vida a favor del servicio de la gloria humana. Recordando las palabras del filósofo alemán Theodor Adorno (1903-1969) “La esperanza está, primordialmente, en los que no hallan consuelo” 2.
El avance de la medicina del Siglo XVII al XX
La medicina moderna está vinculada estrechamente a las tres mentalidades que se desarrollaron a lo largo del siglo XIX: La anatomopatológica, la fisiopatológica, la etiopatológica y a una cuarta mentalidad que se desarrolló en el siglo XX, la mentalidad antropológica. Las tres primeras rompieron definitivamente, en Occidente, con la mentalidad hipocrático-galénica que dominó el pensamiento médico desde el siglo V a.C., hasta prácticamente finales del siglo XVIII3. Tres mentalidades unidas al desarrollo de otras disciplinas científicas y técnicas, que motivaron en la exploración semiológica, la instrumentación con artilugios técnicos, al desarrollo de las técnicas de laboratorio clínico, así como a la invención de técnicas anestésicas generales. También al descubrimiento del papel de los gérmenes en las enfermedades y a la implementación de medidas de antisepsia, que fueron indispensables para mejorar las diferentes técnicas quirúrgicas que comenzaron a inventarse en forma exponencial desde finales del Siglo XIX4.
Realizando una breve reseña de los principales acontecimientos producidos en esta época, desde el Siglo XVIII la medicina acompaña a una evolución histórica dispuesta a aceptar medidas de carácter colectivo. Como por ejemplo el resultado obtenido con el descubrimiento de la vacuna contra la viruela o con la primera cuarentena, que permitió en este caso circunscribir la epidemia de peste bubónica que afectó durante siglos a varios países europeos5. Como expresó el pionero de la medicina social del siglo de las luces, el alemán Johann Peter Frank (1745-1821), el régimen político del Despotismo Ilustrado imperante en Europa, la preocupación paternalista de los soberanos absolutos hacia aquellos que llamaban “su pueblo” y el afán de favorecerlo, contribuyeron a la institución de medidas destinadas a proteger y mejorar la salud de los ciudadanos. Esa atmósfera de la época contribuyó al surgimiento de la concepción de medicina social, considerando el individuo desde el nacimiento hasta la muerte, con una visión general, aún dentro de los cánones médicos de la época, del arte de curar, de la enseñanza médica y de la influencia de ambas actividades en el bienestar de la sociedad. Entre los cuales se destacan cambios significativos del médico francés Philippe Pinel (1745-1826) respecto a la adopción de medidas para crear hospitales para enfermos mentales libres de cadenas, modificando los prejuicios sociales y supersticiones que restringían su aceptación y por lo tanto terapéutica adecuada.
Profundizando estos cambios, en el siglo XIX, el constante desarrollo de la física y de la química y la creciente preocupación social por la salud pública favorecen el surgimiento de una conciencia general en favor de la ciencia que llega a fines de siglo a encarnar en Louis Pasteur (1822-1895) el valor de la ciencia como benefactora de la humanidad, e instaurar en ella el método experimental. Uno de los factores decisivos en el progreso de la medicina en esta época fue la consolidación de la biología científica mediante la estructuración de las teorías básicas que nacieron: teoría celular, evolución y genética. Esta considera a la célula la unidad anatómica y fisiológica de los seres vivos. Como conformación de la misma, nace el estudio particular de los seres unicelulares, y más adelante el desarrollo de la teoría de la evolución representada en la célebre obra de Charles R. Darwin (1809-1882) de 1859 El origen de las especies, a la que seguirá en 1871 la segunda obra importante: La descendencia del hombre. La teoría de Darwin se vio obligada a aceptar, sin mayor prueba, la herencia de los caracteres adquiridos, de ahí que el problema general de la herencia no dejó de significar una dificultad, que resolverá la teoría genética del checo Gregor J. Mendel (1822-1884) en 1886, cuya obra asimismo dio pie a la “teoría de las mutaciones” del holandés Hugo Marie de Vries (1848-1935)6.
Al lado del progreso que significó el advenimiento de las teorías biológicas, el siglo XIX asiste a los progresos que experimentaron dos ramas: la embriología y la fisiología. El alemán Johannes Peter Müller (1801-1858) fue uno de los primeros en utilizar el microscopio en patología así como en mostrar las conexiones íntimas de la fisiología con la psicología. De igual envergadura, el francés Claude Bernard (1813-1878) con sus investigaciones lo llevaron a publicar en el año 1855 Lecciones de fisiología experimental aplicada a la medicina, y en los años siguientes sus lecciones sobre medicamentos y tóxicos.
También en 1880, Pasteur señaló el comienzo de la inmunología, con la idea de la transmisión de enfermedades infecciosas mediante microorganismos, la distinción entre microbios aerobios y anaerobios, y los principios antisépticos con el proceso que hoy se llama pasteurización. A este se le suman Robert Koch (1843-1910) con los fundamentos de la bacteriología y Emil Adolf von Behring (1854-1917) que en 1900 fundaba la seroterapia al descubrir las antitoxinas del tétanos y de la difteria, logrando combatir esta última enfermedad mediante un suero específico. En terapéutica, cabe señalar que hacia fines de siglo la gran revolución fue la aparición de sulfamidas y los antibióticos: 1935 y 1939, respectivamente.
Las investigaciones y tratados acerca de enfermedades y especialidades de este siglo son incontables, donde sobresale en 1892 William Osler (1849-1919) con su publicación sobre los principios y la práctica de la medicina, que fue de gran influencia en el mundo de habla inglesa. Con respecto a los métodos diagnósticos, se realizan las primeras endoscopias, electroencefalografía, electroterapia y radioterapia. Y cabe destacar el correlativo cambio de la sociedad frente al enfermo junto al advenimiento de la psicopatología y la psicología médica sometida a los métodos experimentales y cuantitativos de las ciencias naturales. En las cuales se destacan las doctrinas objetivas: conductismo de Iván P. Pávlov (1849-1936), gestaltismo, y el psicoanálisis de Sigmund Freud (1856-1939)5.
Con el desarrollo de la mentalidad antropológica en la ciencia práctica, se convierte a la persona enferma en sujeto de la atención médica, en el cual el más caracterizado recurso científico es el diagnóstico diferencial. La salud se ha entendido entonces como un recurso para la vida y la libertad, y la enfermedad como un modo aflictivo y anómalo del vivir personal, reactivo a una alteración de la nueva entidad unificada psicológica y corporal, por la cual las funciones y las acciones vitales de las personas padecen. Y desde la cual el enfermo, o puede volver a su estado de salud, morir o quedar en un estado de deficiencia vital permanente7.
Protagonistas significativos de la medicina solidaria mundial de 1870 a 1970
Siguiendo la idea de los autores del Diccionario biográfico, el abordaje utilizado debe “reflejar mejor la práctica histórica contemporánea”. Y agregan: “Las biografías médicas continúan ofreciendo ventanas hacia un mundo médico más vasto, y la visión más amplia de la historia social de la medicina ha revelado importantes actividades de todo tipo de profesionales de la salud”8.
En efecto, cada sujeto biográfico es un umbral hacia una gama de culturas, sistemas médicos, actitudes y concepciones de la salud, la enfermedad y sus causas. La Historia tradicional del siglo XIX y principios del XX, enfocada a las vidas de “los grandes personajes” o de los héroes, ya no se trata de escribir las grandes historias de los profesionales de la salud y sus descubrimientos, sino de comprender esos acontecimientos en un contexto general, es decir, en relación con su trascendencia universal pero en balance con la particularidad de los personajes en ese tiempo9.
Una de las finalidades de esta obra es, por esos motivos, fomentar el aprecio por la complejidad y riqueza de la salud, la medicina y el cuidado médico en todo el mundo. Esta misma diversidad es perceptible también en los personajes biografiados; en ocasiones, muchos de ellos contribuyeron no sólo en la medicina, sino en la religión, la política, la literatura y la asistencia social. Estos protagonistas representativos de la nueva concepción de medicina solidaria durante el período de guerras mundiales del Siglo XX, por orden cronológico, son: beato Ladislao Batthyány-Strattmann (1870-1931); santo Giuseppe Moscati (1880-1927); beato Artémides Zatti (1880-1951) (no estuvo en la guerra); santa María Bertila Boscardín (1888-1922); santa Edith Stein (1891-1942); Victor Frankl (1905-1997) (ni beato ni santo); y santa Gianna Bereta Mola (1922-1962). Con este orden se expondrán a continuación.
Beato Ladislao Batthyány-Strattmann
Nació el 28 de octubre de 1870 en Dunakiliti, Hungría (Figura 1). A sus 6 años se trasladó junto a su familia a Kittsee Köpcseny, actualmente en Austria. Allí estudió ciencias agrarias en la Universidad de Viena y también química, física, filosofía, literatura y música. Más tarde, en 1896 comenzó los estudios de medicina y en 1898 se casó con la condesa María Teresa Coreth, con quien tuvo trece hijos. En 1902 Ladislao fundó un hospital privado en Kittsee con veinticinco camas, donde también trabajó como médico. Al inicio se dedicó a la medicina general pero luego se especializó en cirugía y, más tarde, en oftalmología. En esta última área de trabajo llegó a convertirse en un especialista referente tanto en su patria como en el extranjero. Él dijo: “seré médico y curaré gratuitamente a los enfermos pobres”. Con este objetivo personal, que más adelante se transformaría en su insignia vocacional, creció profesionalmente. Durante la Primera Guerra Mundial, ante el aumento de la demanda de asistencia a los heridos de guerra y a la población afectada, el hospital fue ampliado a 120 camas. Asimismo, al heredar el castillo de Körmend en Hungría, tras la muerte de su tío en 1915, se trasladó con su familia de Kittsee a Körmend y creó en una parte del mismo otro hospital. A pesar de haber recibido por herencia el apellido Strattman, perteneciente a la nobleza, se dedicó a la atención médica de manera gratuita, especialmente con los pobres más afectados por la guerra. A cambio de la terapia y los cuidados les pedía a sus pacientes que rezaran por él. También su farmacia les proporcionaba gratuitamente las medicinas y a menudo, incluso, les daba dinero para que pudieran cubrir sus necesidades básicas. Eran tantos pacientes provenientes de todo el país que obligaron a los ferrocarriles húngaros a preparar un tren especial que llegara hasta el hospital y facilitara el acceso de la población. Frente a tanto sufrimiento, Ladislao no sólo se preocupaba de la salud física, sino sobre todo del bien espiritual de sus pacientes. Antes de las operaciones invocaba, conjuntamente con los enfermos, la bendición de Dios. En sus crónicas se narra que él estaba convencido de que como médico sólo dirigía la operación, pues la curación era un don del Señor. Se sentía instrumento en las manos de Dios. Y cuando los enfermos salían del hospital, les daba un libro titulado Abre los ojos y ve, para ayudarles a promover su fe.
Con motivo de su jubileo de plata, en 1923, el papa Pío XI le confirió a través del nuncio apostólico Schioppa una distinción para su obra. El mismo dijo: “Los húngaros consideran a Ladislao Batthyány-Strattmann como un santo, y yo puedo asegurarles que verdaderamente lo es”.
Con respecto a su vida familiar, Ladislao y su mujer se esforzaron siempre por educar cristianamente a sus hijos. Todos los días la familia participaba en la santa misa, después de la cual Ladislao les impartía una breve instrucción cristiana, y les daba una tarea concreta que debían realizar como una obra buena. Por la tarde, rezaban el rosario en familia y luego conversaban sobre las actividades del día y la tarea asignada.
Su fe se mostró firme aún con la pérdida de su hijo de veintiún años a causa de una apendicitis y también cuando se vio afectado por una enfermedad grave, la misma que catorce meses después produciría su muerte. A su hija Lilli le escribió desde el hospital Löw, en Viena: “(…) No sé por cuánto tiempo Dios me dará este sufrimiento. Antes me daba una gran alegría en la vida; por eso, ahora, a los sesenta años, debo aceptar también los tiempos difíciles con gratitud (…)” Y a su hermana le decía: “(…) Soy feliz. Sufro muchísimo, pero amo mis dolores y me consuela el hecho de que los soporto por Cristo (…)”. Así murió, el 22 de enero de 1931 en Viena, con fama popular de santidad10.
En su beatificación el 23 de marzo de 2003, el papa Juan Pablo II declaró: “Fue padre de familia y médico. Utilizó la rica herencia de sus nobles antepasados para curar gratuitamente a los pobres y construir dos hospitales. Su mayor interés no eran los bienes materiales; en su vida no buscó el éxito y la carrera. Eso fue lo que enseñó y vivió en su familia, convirtiéndose así en el mejor testigo de la fe para sus hijos. Sacando su fuerza espiritual de la Eucaristía, mostró a cuantos la divina Providencia ponía en su camino la fuente de su vida y de su misión. Él jamás antepuso las riquezas de la tierra al verdadero bien, que está en los cielos”11.
Santo Giuseppe Moscati
José Moscati nació en Benevento, Italia, el 25 de julio de 1880 (Figura 2). A los 4 años su familia se trasladó a Nápoles, donde José vivió hasta sus últimos días. Luego de finalizar el bachillerato, en 1897 se matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nápoles, y el 4 de agosto de 1903 se graduó con la presentación de su tesis sobre la ureogénesis hepática, obteniendo el máximo de las calificaciones. Ese mismo año ganó el concurso de Auxiliar numerario en el Hospital de los Incurables, y años más tarde, en 1908, el de Asistente en el Instituto de Química Fisiológica de la Universidad.
Durante estos años la ciudad de Nápoles fue sacudida por dos grandes eventos naturales en los cuales Moscati tomó un rol activo: por un lado, la erupción del Vesuvio el 8 de abril de 1906. Donde en “Torre del Greco”, una ciudad a seis kilómetros del volcán, se hallaba una sucursal de los Hospitales Reunidos de Nápoles, que hospedaba muchos enfermos en situación de pobreza y abandono. Moscati se trasladó hasta allí para desalojar el hospital y ayudar a los enfermos a salir antes que el techo cayese. Por otra parte, al ser Nápoles una ciudad portuaria, favoreció a la difusión del cólera en 1911, y a pesar del aumento de sus tareas en el Hospital por la creciente demanda, Moscati visitaba a los enfermos que no podían asistir al hospital en sus respectivos hogares.
En 1911 el Dr. Moscati ganó el concurso de Auxiliar numerario en los Hospitales Reunidos. Se trataba de un concurso de suma importancia que no se realizaba desde 1880 y en el cual participaron médicos que venían de todas partes de Italia. El Profesor Antonio Cardarelli (1831-1927), que formaba parte de los examinadores, se quedó admirado por la preparación de Moscati y –según refirió su hermano Eugenio Moscati– dijo que en “60 años de enseñanza nunca le había tocado un joven tan preparado. Desde ahí en adelante lo apreció muchísimo por toda la vida y José llegó a ser su médico de cabecera”12.
Desde entonces grupos de estudiantes y médicos jóvenes lo seguían de una cama a la otra durante sus visitas a los enfermos, para aprender el secreto de su habilidad. Su filosofía de vida puede verse representada en una carta que Moscati le escribió al Dr. Francesco Pentimalli (1885-1958): “(…) Creo que todos los jóvenes de mérito que han emprendido el camino de la noble medicina, tienen derecho a perfeccionarse mediante la lectura de un libro que no ha sido impreso con caracteres negros sobre el papel, sino que tiene como soporte las camas del hospital y las salas de laboratorio, y como contenido la carne doliente de los hombres y el material científico. Un libro para leer con infinito amor y gran sacrificio hacia el prójimo. He pensado que instruir a los jóvenes es un deber de la conciencia, así como evitar la mala costumbre de mantener celosamente oculto el fruto de la propia experiencia, que hay que revelarle. (…)”12.
En el mismo año, la Real Academia Médico-Quirúrgica lo nombró Socio agregado y el Ministerio de la Instrucción Pública le dio la Docencia Libre en Química Fisiológica. Además de su intensa labor en la Universidad y el Hospital, el profesor Moscati dirigió y dio nuevo impulso al Instituto de Anatomía Patológica, que se hallaba en estado de abandono, y realizó tres tomos de las actas de 244 autopsias. Pronto se convirtió en “un auténtico maestro en el ejercicio de las autopsias”, como afirma el profesor Quagliariello.
Adicionalmente, por su actividad de redactor y colaborador con revistas científicas como Riforma Medica, en 1911 le propusieron ser corresponsal en el extranjero, ya que hablaba inglés y alemán perfectamente. Las publicaciones de Moscati desde 1903, año de su licenciatura, a 1916, fueron veintisiete. Todo esto llevó a que fuera designado en 1917 para la Dirección de las investigaciones científicas en el Instituto de Química Fisiológica, pero renunció a la cátedra ya que al estar su país en situación de guerra, optó por dedicarse tiempo completo al trabajo hospitalario.
La Primera Guerra Mundial llegó a Italia en 1915 y el llamamiento empezó a diezmar las familias. Como su hermano Eugenio, que partió para el frente de guerra ese mismo año, Moscati solicitó incorporarse como voluntario, sin que se lo concedieran. Las autoridades militares le encomendaron el cuidado de los heridos que iban llegando al Hospital de los Incurables, que fue militarizado. Visitó y curó a unos 3.000 militares, de los cuales redactó las historias clínicas. Para estos no solo fue un médico, sino una fuente de consuelo afectuoso.
La fama de Moscati como maestro y médico fue creciendo en todo Nápoles. Se hablaba de la didáctica de sus clases, sus habilidades diagnósticas y de su generoso trabajo con los enfermos. Es por esto que en 1919 el Consejo de Administración del Hospital Incurables lo nominó Director de la III Sala de Hombres. Además, como enseñaba también clínica y semiología pero sin tener los títulos oficiales, el 14 de octubre del 1922 el Ministro de la Pública Instrucción le confiere la Libre docencia en Clínica médica y tres días después escribe: “(…) Ama la verdad, muéstrate como eres, sin fingimientos, sin miedos y sin recelos. Y si la verdad te cuesta la persecución, tú acéptala, y si te cuesta el tormento, tú sopórtalo. Y si por la verdad tuvieras que sacrificarte a ti mismo y a tu propia vida, sé fuerte en el sacrificio (…)”12.
A diferencia de sus colegas, y a pesar de su renombre y posición social ganado por su capacidad e ingenio, optó por una vida de pobreza y sencillez material. Así vivía su fe cristiana, participaba de manera diaria de la Santa Misa y lo que recibía como honorario estaba dirigido a los pobres que asistía gratuitamente y afectuosamente dándoles medicinas y todo lo que era necesario para vivir. Además, si sabía que el enfermo vivía alejado de Dios, no le quería cobrar nada, pues prefería que como recompensa se vaya a confesar obteniendo una gracia espiritual. Así lo describe: “El haber salvado un alma será para mí el mejor honorario que puedo apetecer”13.
Los pobres y abandonados eran sus pacientes preferidos, y jamás recibía de ellos una retribución económica. Por otra parte, su dedicación y entrega profesional lo llevó a renunciar al matrimonio, para poder darse a los demás con generosidad y sin impedimentos. Moscati en cada paciente del hospital sostiene y enseña el amor a la ciencia, en el servicio al dolor: “(…) Bienaventurados nosotros los médicos, incapaces muchas veces de curar una enfermedad. Dichosos si nos acordamos de que, además de los cuerpos, tenemos ante nosotros almas inmortales, ante las cuales nos urge el precepto evangélico de amarlas como a nosotros mismos. Los enfermos son la imagen de Jesucristo (…)”14.
Falleció el 12 de abril de 1927, luego de atender los enfermos que concurrían a su casa diariamente. Años más tarde, fue canonizado por el papa Juan Pablo II, el 16 de octubre de 1987, quien declaró: “(…) Por naturaleza y vocación, Moscati fue ante todo y sobre todo el médico que cura: responder a las necesidades de los hombres y a sus sufrimientos fue para él una necesidad imperiosa e imprescindible. El dolor del que está enfermo llegaba a él como el grito de un hermano a quien otro hermano, el médico, debía acudir con al ardor del amor. El móvil de su actividad como médico no fue, pues, solamente el deber profesional, sino la conciencia de haber sido puesto por Dios en el mundo para obrar según sus planes y para llevar, con amor, el alivio que la ciencia médica ofrece, mitigando el dolor y haciendo recobrar la salud. Por lo tanto, se anticipó y fue protagonista de esa humanización de la medicina, que hoy se siente como condición necesaria para una renovada atención y asistencia al que sufre”15.
Beato Artémides Zatti
Nació en Boretto, Italia, el 12 de octubre de 1880, en el seno de una familia muy pobre (Figura 3). A los nueve años ya trabajaba como peón para ayudar a las necesidades de su familia. La pobreza obligó a los Zatti a emigrar a Argentina a principios del 1897, estableciéndose en Bahía Blanca. Allí Artémides creció bajo el lema del espíritu Salesiano “trabajo y templanza” que lo llevó a los 20 años comenzar el aspirantado para ser sacerdote. Se le encargó cuidar a un joven sacerdote enfermo de tuberculosis y se contagió de esta enfermedad. Trasladado a Viedma, pidió a la Virgen su curación y prometió dedicarse a los enfermos que lo rodeaban. Como laico consagrado se dedicó durante más de 40 años a los enfermos del hospital San José, de Viedma. Fue vicedirector, administrador y diestro enfermero del Hospital, que recibía enfermos de toda la región. Por su alegría y generosidad se ganó el cariño de todos los enfermos y de todo el personal del hospital, lo que le permitió mayor libertad de acción.
Se ocupó celosamente de la salud corporal y espiritual de todos los enfermos, especialmente de los más pobres. No solo trabajaba en el hospital, sino que salía a atender enfermos por toda la ciudad e incluso en las localidades de Viedma y Patagones. Los que enfermaban de gravedad sabían que Artémides los iría a atender a cualquier hora del día o de la noche y además sin cobrar nada por su servicio. Su fama de enfermero santo se propagó por todo el Sur de Argentina y le llegaban enfermos de toda la Patagonia. Desarrolló una actividad prodigiosa con habitual prontitud de ánimo, con heroico espíritu de sacrificio, con despego absoluto de toda satisfacción personal, sin tomarse nunca vacaciones ni reposo. Un médico del Hospital decía “Creo en Dios desde que conozco al señor Zatti”. Fue hombre de fácil relación humana, con una visible carga de simpatía, alegre cuando podía entretenerse con la gente humilde.
A pesar de que en 1950 le diagnosticaron un cáncer, continuó cuidando de su misión un año más, hasta que tras sufrimientos heroicamente aceptados, falleció el 15 de marzo de 1951. El 14 de abril de 2002 el papa Juan Pablo II lo declaró beato y en su homilía expresó: “El Hermano Artémides Zatti vivió su vocación salesiana en comunidad consagrándose a los enfermos especialmente a los pobres en la ciudad de Viedma”16.
Santa María Bertila Boscardín
Nació el 6 de octubre de 1888 en Vicenza, Italia (Figura 4). Desde niña trabajó con su familia en el campo. A los 16 años ingresó a la casa vicentina de las Maestras de Santa Dorotea, hijas de los Sagrados Corazones en Vicenza, donde hizo el noviciado y sus primeros votos religiosos en 1905. Los primeros tiempos de vida religiosa los dedicó a humildes y fatigosas tareas en favor de la comunidad. La congregación prestaba su servicio en el hospital, por lo que en 1907 se trasladó a Treviso para servir a los niños internados en el pabellón de difteria. Luego de dos años allí trabajó también en los pabellones de tuberculosis, oncología, salud mental, ancianos y el de los militares17.
Se graduó de enfermera para poder ser más útil a los enfermos, a quienes asistía también durante la noche. En su diario escribió: “(…) Quiero ser la servidora de todos, porque estoy convencida que así debe ser; quiero trabajar, sufrir, y dejar toda la satisfacción a los demás (…). Tengo que considerarme la última de todas, por tanto contenta de ocupar el último lugar, indiferente a todo, tanto a los reproches como a las alabanzas, y hasta preferir lo primero; siempre condescendiente con las opiniones ajenas; no excusarme nunca, aunque me parezca tener razón; nunca hablar de mí misma; los oficios más humildes sean siempre los míos, porque así obtengo méritos (…)”17.
En 1910, a la edad de 22 años, fue operada de un tumor. Y cuando estalló la guerra en 1915, estuvo asistiendo un destacamento de soldados heridos. Vivía constantemente en oración y esto explica porque amaba tanto el silencio y el recogimiento: “Cuando me callo rezo bien y estoy bien”.
La Primera Guerra Mundial hizo del hospital de Treviso, no muy distante del frente de combate, uno de los puntos de concentración de militares y civiles heridos. Tras los continuos bombardeos los enfermos fueron trasladados, y sor Bertila los acompañó, primero a Brianza, en Villa Raverio y después a los alrededores de Como, en Viggiú. Al año, reclamada en Treviso, retomó su puesto en el hospital, pero a causa de su enfermedad murió a los 34 años de edad, el 20 de octubre de 1922. Le acompañaron fama de santidad y prodigios. Un médico del Hospital en donde trabajaba dijo de ella: “Era un alma elegida y de una bondad heroica, un ángel consolador del sufrimiento humano”18. Fue beatificada en 1952 por Pío XII, que declaró: “Nada de éxtasis, nada de milagros en vida, sino una unión con Dios cada vez más profunda en el silencio, en el trabajo, en la oración, en la obediencia. De esa unión venía la exquisita caridad que ella demostraba a los pobres, a los enfermos, a los médicos, a los superiores, a todos”. Y años más tarde, fue canonizada por Juan XXIII el 11 de mayo de 196119.
Santa Edith Stein
Hija de una familia judía, Edith Stein nació el 12 de octubre de 1891 en Breslau (Figura 5), ciudad que en aquel tiempo pertenecía a Alemania (hoy WrocÅ‚aw, Polonia). Comenzó en 1910 a estudiar en la Universidad de Breslau, algo poco común en la mujer de aquel tiempo. Fue considerada una estudiante brillante, y durante estos años entró en contacto con el pensamiento de Edmund Husserl (1859-1938). Este generó en ella un interés profundo por la fenomenología, lo que la llevó a estudiar filosofía en la Universidad de Göttingen, donde Husserl era profesor. Sin embargo, sólo el fenomenólogo Max Scheler (1874-1928), quien había retornado a la fe católica y defendía ideas distintas a Husserl, consiguió despertar la necesidad religiosa de Edith, a pesar de reconocerse atea. Escuchando a Scheler, se le derrumbaban las barreras de los prejuicios racionales entre los que había crecido sin saberlo. Ella misma dice en su diario: “El mundo de la fe se me abría de improviso delante”20.
Por otra parte, ya en sus años de estudiante manifestaba una gran sensibilidad por los derechos de la mujer, por los que trabajó activamente. Durante los años universitarios de Breslau nos dice que: “Desde este sentimiento de responsabilidad social me puse decididamente a favor del derecho de voto femenino. Esto era entonces, incluso dentro del movimiento ciudadano femenino, no del todo evidente. La asociación prusiana en la que ingresé con mis amigas, estaba integrada en su mayoría por socialistas, debido a que postulaba la total igualdad política de derechos para la mujer”. Y en la Universidad de Göttingen se encontró con profesores que eran enemigos declarados a que las mujeres estudien. Pero a pesar de esto, dirigió el consultorio de orientación profesional femenino para estudiantes, que estaba organizado por la Asociación “Estudio y formación para la mujer”. Adicionalmente, en su tiempo de estudiante se dedicó a dar clases a mujeres trabajadoras21.
Cuando comenzó la primera guerra mundial, en 1914, se sintió espiritualmente atraída por la idea de oponerse al odio con un servicio de amor. Edith realizó estudios de enfermería y se hizo voluntaria de la Cruz Roja en un hospital militar de enfermedades infecciosas, situada en una pequeña ciudad de Moravia. Y volvió a la filosofía con una nueva actitud: “¡No la ciencia, sino la dedicación a la vida tiene la última palabra!”22.
En 1916 siguió a Husserl como asistente en la Universidad de Friburgo, donde se licenció con una tesis titulada “El problema de la empatía” (Einfuhlung). El año después consiguió el doctorado summa cum laude en la misma universidad. En 1921 leyó en una sola noche el Libro de la vida de Santa Teresa de Ávila. Al cerrar el libro, tuvo que confesarse a sí misma: “¡Esta es la Verdad!”. Dejó su trabajo como asistente de Husserl, y decidió dedicarse a la enseñanza en el Instituto de las Dominicas de Spira.
Se dedicó entonces a confrontar la corriente filosófica en la que se había formado, la fenomenología, con la filosofía cristiana de Santo Tomás de Aquino, en la que siguió profundizando. Resultado de esta investigación fue el estudio que dedicó a su antiguo maestro Husserl en 1929: “La fenomenología de Husserl y la filosofía de Santo Tomás”.
Edith consideró importante que la Iglesia colabore con el movimiento femenino de liberación de la mujer, por lo que realizó entre 1828 y 1938 conferencias sobre la mujer y su significado en la sociedad, en diversos países de Europa, como Alemania, Austria, Suiza y Francia. El mensaje que ella expondrá en sus conferencias es inspirado por su propia posición de mujer intelectualmente autónoma y profesional. Estas están recogidas en sus libros La Mujer (Die Frau) y Formación y profesiones de la mujer (Frauenbildung und Frauenberufe).
En 1932, dejó Spira para dedicarse totalmente a los estudios filosóficos, y entró como profesora en la Academia pedagógica de Münster. Permaneció solamente un año debido a la llegada al poder de Hitler quien comenzó la promulgación de las leyes de discriminación racial, y Edith Stein tuvo que abandonar la enseñanza.
A los 42 años, en el año 1933, Edith entró en el Carmelo de Colonia. Se hizo novicia con el nombre de Sor Teresa Benita de la Cruz. Entre tanto, completó su obra “Ser finito y Ser eterno”, iniciada antes de entrar en el Carmelo. En 1938 hizo los votos de profesión religiosa carmelita para toda la vida. Pero ese mismo año tuvo que dejar el Carmelo de Colonia y se refugió en Holanda, en el Carmelo de Echt20.
En 1941 dio inicio a una nueva obra sobre la teología mística de San Juan de la Cruz. La tituló Scientia Crucis. La obra quedó incompleta ya que los nazis la encontraron y deportaron al campo de concentración de Amersfort, y de ahí a Auschwitz. “¡Vamos! –dijo mientras salía con su pobre equipaje a su hermana Rose, que vivía en la hospedería del monasterio y que fue capturada junto a ella– ¡Vamos a morir por nuestro pueblo!”. Y así murió en las cámaras de gas de Auschwitz el 9 de agosto de 194221.
Fue beatificada por Juan Pablo II en Colonia, en el aniversario de su consagración definitiva, el 1 de mayo de 1987. Y el 11 de octubre de 1998 fue proclamada Santa por el mismo pontífice en la Plaza de San Pedro de Roma. Como dirá el Papa Juan Pablo II: “Ella misma será testimonio de esta feminidad socialmente operativa, haciéndose apreciar como investigadora, conferenciante, profesora. Fue estimada como mujer de pensamiento, capaz de utilizar con sabio discernimiento las aportaciones de la filosofía contemporánea para buscar la «plena verdad de las cosas» en el continuo esfuerzo de conjugar las exigencias de la razón y las de la fe”22.
Viktor Frankl
Nació el 26 de marzo de 1905 en Viena, Austria (Figura 6). Hijo de una familia judía, vivió su infancia en el entorno de la Primera Guerra Mundial. Luego del bachillerato estudió medicina en la Universidad de Viena. Ejerció como Psiquiatra-Psicoterapeuta en la Clínica Psiquiátrica Universitaria de Viena desde 1933 hasta 1937, y en 1936 obtuvo la especialidad en Neurología y Psiquiatría. Años más tarde, en 1939, fue nombrado jefe del Departamento de Neurología del Hospital Rothschild de Viena, y en 1947, profesor de Neurología y Psiquiatría en dicha Universidad23.
Viktor aun siendo estudiante de bachillerato inició una correspondencia con Sigmund Freud debido a su creciente interés por el Psicoanálisis. Luego, en la Revista Internacional de Psicoanálisis, Freud presentó el trabajo científico de Frankl sobre “La mímica como afirmación y negación”. Pero en 1925 se distanció del Psicoanálisis y dio un giro hacia la Psicología Individual de Alfred Adler (1870-1937). Participó en el III Congreso de Psicología Individual en Dusseldorf y por primera vez empleó en una conferencia académica el concepto de “Logoterapia”. Posteriormente, en 1927, tomó distancia también en relación con Adler y se dedicó con entusiasmo a la fenomenología de Max Scheler, inspirado en su libro: Formalismo ético y la ética no formal de los valores, igual que Edith Stein23.
En 1938, las tropas de Hitler invadieron Austria. En los primeros años de la guerra Viktor trató de obtener una visa para trasladarse a los Estados Unidos, sin embargo, la respuesta no se le dio hasta el año de 1941. Una vez conseguida, optó por quedarse en su país para no abandonar a sus padres ya ancianos, y el 17 de diciembre de ese mismo año, contrajo matrimonio con Tilly Grosser en Viena. Meses después los nazis obligaron a Tilly a abortar a su primer hijo.
A los 37 años de edad, en septiembre de 1942 es deportado al campo de concentración de Theresienstadt, cercano a Praga, junto con su esposa y sus padres. Su padre muere allí debido a una neumonía, y en 1944 Viktor es trasladado a Auschwitz con su esposa. Posteriormente, ambos pasan a dos campos filiales de Dachau: Kaufering III y Turkheim. En este mismo mes y año, su madre es trasladada a Auschwitz y muere en la cámara de gas. En Auschwitz, Frank sería separado para siempre de su esposa Tilly, quien muere en el campo de concentración de Bergen-Belsen, después de la liberación de los ingleses en agosto de 1945. Se desconoce la causa exacta de su muerte.
El 27 de abril de 1945 las tropas norteamericanas liberan el campo de Turkheim y Frankl regresa a Viena. Allí sufre sus pérdidas familiares, reflexiona cómo escapó de la muerte y comienza a buscar un nuevo sentido: “el para qué habrá quedado vivo”. Al terminar el año es nombrado jefe del Departamento de Neurología del Hospital Policlínico de Viena23.
En el mes de noviembre de 1945, el Dr. Frankl reconstruye totalmente su manuscrito de lo que fuera su primer libro y que le fue arrebatado al entrar al campo de concentración; lo rehace con base en dos docenas de papelitos en los que tomó notas taquigráficas, conteniendo el esquema general de su trabajo. Este libro se tituló Psicoanálisis y Existencialismo.
En 1946 publicó su libro Un psicólogo en el Campo de Concentración con el testimonio de sus experiencias durante el Holocausto. En ediciones posteriores a este libro se lo conoce como El hombre en busca de sentido24.
En 1947 se casó por segunda vez con Eleonore Schwindt, con quien tuvo una hija, Gabriele. Además, en 1949, recibió el Doctorado en Filosofía presentando su tesis: “La presencia ignorada de Dios”. Y en 1950 fundó La Sociedad Médica Austriaca de Psicoterapia, siendo elegido como su primer presidente.
En 1955, es nombrado Profesor en la Universidad de Viena. Y en 1970, en presencia de Frankl, la Universidad Internacional de San Diego, en California, inauguró la Cátedra de Logoterapia.
Sus 32 libros sobre análisis existencial y logoterapia han sido traducidos a 26 idiomas y ha conseguido 29 doctorados honorarios en distintas universidades del mundo. A partir de 1961, Frankl mantuvo 5 puestos como profesor en los Estados Unidos en la Universidad de Harvard y de Stanford, así como en otras como la de Dallas, Pittsburg y San Diego.
En 1992 se fundó en Viena el Instituto Viktor Frankl, y años más tarde, luego de permitir la publicación de su último libro: El hombre en busca del sentido último, falleció en Viena el 2 de septiembre de 1997 a los 92 años de edad. Si bien no fue declarado santo por la Iglesia Católica, era un ferviente judío.
Gianna Beretta Molla
Nació en Magenta, Italia, el 4 de octubre de 1922, en el seno de una familia católica (Figura 7). Durante la Universidad, traduce su fe en fruto generoso de apostolado en la Acción católica y en la Sociedad de San Vicente de Paúl, dedicándose a los jóvenes y al servicio caritativo con los ancianos y necesitados. Habiendo obtenido el título de Doctor en Medicina y Cirugía en 1949 en la Universidad de Pavía, abre en 1950 un centro ambulatorio de consulta en Mésero, municipio vecino a Magenta. En 1952 se especializa en Pediatría en la Universidad de Milán. En la práctica de la medicina, presta una atención particular a las madres, a los niños, a los ancianos y a los pobres25.
Su trabajo profesional, que considera como una “misión”, no le impide el dedicarse con mayor dedicación a la Acción católica, intensificando su apostolado entre las jóvenes. Durante este tiempo conoce al ingeniero Pietro Molla. El 24 de septiembre de 1955 contraen matrimonio en Magenta. Al año siguiente dio a luz a su primer hijo, Pierluigi. Luego, en 1957, Mariolina y en 1959 a Laura25.
Gianna armoniza, con simplicidad y equilibrio, los deberes de madre, de esposa, de médico y la alegría de vivir. En septiembre de 1961, al cumplirse el segundo mes de un embarazo le diagnosticaron un fibroma en el útero. Su marido manifestó en testimonio que: “Le habían aconsejado una intervención quirúrgica. Esto le habría salvado la vida con toda seguridad. El aborto terapéutico y la extirpación del fibroma, le habrían permitido más adelante tener otros niños (…) Gianna eligió la solución que era más arriesgada para ella”. Algunos días antes del parto, dispuso a dar su vida para salvar a la criatura: “Si hay que decidir entre mi vida y la del niño, no dudéis; elegid –lo exijo– la suya. Salvadlo”. Gianna fue inspirada por la vida de la Santa Mártir María Goretti y al respecto declaró: “Ella dijo que la vida es hermosa cuando es dedicada a grandes ideales, y para ser capaz de alcanzar estos ideales, uno debe saber cómo morir”26.
El 21 de abril de 1962 da a luz a Gianna Emanuela y días más tarde, el 28 de abril, a los 39 años murió27. Pablo VI definió con la frase “meditada inmolación” el gesto de la beata Gianna recordando, en el Ángelus del domingo 23 de septiembre de 1973: “una joven madre de la diócesis de Milán que, por dar la vida a su hija, sacrificaba, con meditada inmolación, la propia”.
Fue canonizada por Juan Pablo II el 16 de mayo de 2004, quien dijo: “Esta santa madre de familia se mantuvo heroicamente fiel al compromiso asumido el día de su matrimonio. El sacrificio extremo que coronó su vida testimonia que sólo se realiza a sí mismo quien tiene la valentía de entregarse totalmente a Dios y a los hermanos”27.
Conclusión
En su libro El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl describe que: “Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino–”24. Y es esta libertad espiritual lo que hace que la vida tenga sentido y propósito. Al declarar que el hombre es una criatura responsable y que debe aprehender el sentido potencial de su vida, quiere subrayar que este verdadero sentido debe encontrarse en el mundo y no dentro de su propia psique, como si se tratara de un sistema cerrado. Sin importar las ciertas condiciones biológicas, psicológicas y sociales que lo tengan sometido, el ser humano tiene la libertad de dejarse determinar por estas o no. Debemos a la Segunda Guerra Mundial el conocimiento del término que Frankl llamó la “psicopatología de las masas”. El cual sostiene que la vivencia de la tortura, desesperación y lucha por la vida, permite que la vida interior de los que sufren se haga más intensa y se revalorice la belleza del arte y la naturaleza como nunca antes. Y bajo esta influencia hasta se podría olvidar las terribles circunstancias a la que uno se enfrenta. Permite comprender, entonces, que en realidad no importa que no se espere nada de la vida, sino si la vida espera algo de cada persona: “(…) Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente. Nuestra contestación tiene que estar hecha no de palabras ni tampoco de meditación, sino de una conducta y una actuación rectas (…)”24.
En este sentido, en última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo. “(…) El hombre que se hace consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podrá nunca tirar su vida por la borda. Conoce el ‘porqué’ de su existencia y podrá soportar casi cualquier ‘cómo’ (…).” Y luego agrega: “He encontrado el significado de mi vida ayudando a los demás a encontrar en sus vidas un significado”24.
Es por esto que la vida y obra de estos profesionales de la salud, desarrollada en el contexto de las Guerras Mundiales, son una secuencia de hechos encadenados en un testimonio incuestionable del poder desafiante del espíritu humano. Esto sumado a las múltiples influencias que recibían de las corrientes filosóficas contemporáneas, permitió la creación de un nuevo enfoque terapéutico. Como Edith Stein, que procediendo con el método fenomenológico, en la perspectiva inicial de la adhesión a la objetividad de las cosas, en sus producciones científicas destaca temas de carácter psicológico, comunitario y social, motivado por la apertura directa de la conciencia al ser del mundo.
Cada uno de ellos vivió las luchas y las angustias de su generación, y en este panorama de luz total sobre el ser, les permitió comprometerse con la exigencia de abordar una experiencia en la cual, el dedicarse a metas desinteresadas, les permitió alcanzar la realización personal. Creando así un círculo de personas, que traspasando los límites geográficos, culturales e ideológicos, trabajaron unidas por un mismo objetivo: La pasión por la ciencia, el amor al servicio de la humanidad y la promoción de auténticos vínculos humanos en tiempos de crisis mundial. Y además son testimonio de que, en ese momento del pensamiento cristiano, la vida de oración y la búsqueda de la santidad se presentan como formas de la actividad filosófica, en la realidad de la existencia.
En este sentido, son los valores universales los que crean el significado de unión de la humanidad en pos de un fin común. La vida exige a todo individuo una contribución y depende de este último descubrir en qué consiste. Argumentando esto último en Frankl, quien decía: “El hombre se autorrealiza en la misma medida en que se compromete al cumplimiento del sentido de su vida”24. Por lo tanto, el filósofo Friederich W. Nietszche (1844-1900) estaba en lo cierto: “Aquellos que tienen un porqué para vivir, pese a la adversidad, resistirán”28.
Tanto el trabajo de estos médicos en las comunidades afectadas por la guerra, como Viktor Frank en el campo de concentración, les permitió percibir cómo las personas que tenían esperanzas, que poseían proyectos que sentían como una necesidad inconclusa, o aquellos que tenían una gran fe, parecían tener mejores oportunidades que los que habían perdido toda esperanza. Esta frase representa así una respuesta al paradigma contemporáneo de las preocupaciones y problemas del hombre contemporáneo.
La vocación humanista, un pensamiento atento al momento histórico y una intensa vida espiritual son los pilares de estas grandes personalidades, quienes comparten, indudablemente, no sólo el mismo rigor científico y su austeridad conceptual, sino que también nos han puesto en camino hacia una profundidad aun mayor.
Y para terminar, como escribió en una carta el Dr. José Moscati a su colega Antonio Guerricchio, el 22 de julio de 1922: “(…) No la ciencia, pero la caridad ha transformado el mundo, en algunos períodos; y solo pocos hombres han pasado por la historia por medio de la ciencia; pero todos podrán dejar inmortales, símbolo de la eternidad de la vida, en la cual la muerte no es que una etapa, una metamorfosis para una ascensión más elevada, si se dedicarán al bien. (…)”12.
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